LOS SECRETOS DEL LAGO TITICACA
En varias ocasiones me he referido aquí al
portentoso Conjunto Arqueológico que forman las ruinas de TIAHUANACO (o TIWANAKU) y PUMA PUNKU, 2 Enclaves Megalíticos que son muestra de una gran Civilización Andina que desapareció,
muchos siglos antes del arranque de la Civilización
Inca.
¿Pero cuándo
exactamente?, de hecho, todavía existe la polémica acerca de la datación de
tales restos.
Para la arqueología académica, está claro que el
gran conjunto monumental es posterior al cambio de era (si bien los precedentes se pueden remontar al 2º Milenio a.c.),
pero para la arqueología alternativa existen serias dudas al respecto, sobre
todo a partir de los conocidos trabajos de Arthur Posnansky, que –mediante métodos Arqueoastronómicos–
envió la cronología de Tiahuanaco a una fecha aproximada de 15.000 a.c.
Este horizonte prehistórico y antediluviano resulta
del todo inverosímil y disparatado para el mundo académico, pero desde el
entorno alternativo se continúa defendiendo el concepto de una civilización
perdida, con grandes capacidades (sobre
todo en la arquitectura), que precedió a las civilizaciones históricas.
Y, lo que, es más, varios autores del siglo XX –entre los que se contaba el mismo Posnansky–
sugirieron que el inicio del proceso de civilización debería trasladarse al
Nuevo Mundo, abandonando la clásica visión centrada en Oriente Medio (el Creciente Fértil y Egipto, principalmente).
Siguiendo esta propuesta, los alternativos han
insistido en que esa Civilización Primigenia fue destruida por el gran
cataclismo –o Diluvio Universal– de
hace más de 12.000 años y que apenas quedaron unos pocos rastros o indicios,
entre los cuales destacarían los colosales restos megalíticos.
Si nos referimos de nuevo a Tiahuanaco, hace ya un
tiempo que vengo recopilando información sobre ese horizonte antediluviano
imposible en aquella región, y me gustaría centrarme en este artículo en
ciertos aspectos del inmenso Lago Titicaca, muy cercano al conjunto Arqueológico
de Tiahuanaco, para exponer unos hechos poco conocidos y para establecer
algunas hipótesis que tal vez nos ayuden a abrir nuevas puertas a la
investigación.
No obstante, a modo de introducción y contexto, es
preciso aportar previamente algunos datos básicos para luego entrar en el
análisis del ámbito estrictamente arqueológico.
Islote artificial de los
Urus (Foto: D. Álvarez)
El Lago Titicaca está situado en el Altiplano
Andino, en la frontera entre Perú y Bolivia, a más de 3.800 metros sobre el
nivel del mar.
Recibe aguas de más de 25 ríos de la zona y tiene
un área de unos 8.500 Km.2, con una profundidad máxima de 281 metros y una
media de 107 metros.
Presenta dos marcadas extensiones de agua, una más
grande al norte (el lago mayor o Chucuito),
y otra pequeña al sur (el lago menor o
Huiñamarca), separadas por el estrecho de Tiquina.
Es uno de los lagos más grandes del mundo y es el
navegable de mayor altura.
En su interior podemos hallar diversas islas, siendo
la de mayor tamaño la Isla del Sol (con
unos 14 Km.2), que pertenece a Bolivia.
Algunas de estas islas fueron habitadas desde
tiempos inmemoriales por la Comunidad Aymara, y cabe destacar también la
existencia de pequeños Islotes Artificiales hechos de TOTORA (un tipo de junco), habitados aún en la
actualidad por la etnia de los Urus.
En cuanto a su formación, parece ser que se trató
de una región que sufrió una fuerte elevación en tiempos remotos (hace unos 100 millones de años como poco),
quedando aisladas o suspendidas en los Andes enormes masas de agua marina, como
se puede comprobar en la fabulosa cantidad de fósiles que pueden hallarse [1].
Y ya en épocas más recientes, la orografía del
terreno nos indica que el lago experimentó importantes fluctuaciones en su
extensión debido a drásticos cambios en el medio ambiente.
Así, parece que el lago tuvo una mayor extensión y
nivel hace miles de años, dando a entender que el Altiplano andino se ha ido
elevando gradualmente hasta el momento actual, o bien que las aguas se fueron
retirando con el paso de los milenios.
Asimismo, algunos expertos creen que el altiplano,
en una época inmemorial, estuvo incluso al nivel del mar, y que la zona del
lago habría sido entonces un golfo marino.
A partir de aquí, si dejamos la geografía y nos
vamos a la arqueología, cabe señalar que varios investigadores han sugerido que
el conjunto de Tiahuanaco –que está a
unos pocos kilómetros al sur del lago y a mayor altura– pudo un día haber
estado situado junto a la misma orilla del lago (o del “mar”), ejerciendo
de puerto.
El propio Posnansky creía que, en efecto,
Tiahuanaco dispuso de ese puerto hacia el 15000 a.c. y por lo menos durante
5.000 años más, el tiempo en que el nivel y extensión del lago se mantuvo
estable.
En dicha época, la zona propiamente portuaria
habría sido lo que hoy conocemos como Puma Punku (“La Puerta del Puma”), acondicionada con dos grandes muelles o
dársenas artificiales a base de enormes megalitos, y con capacidad para acoger
cientos de naves.
Restos megalíticos de
Puma Punku (Foto: D. Álvarez)
¿Pero cuál
habría sido el origen de la ciudad?, tenemos noticia de una tradición local
que conecta el lago con la más antigua mitología sudamericana, en que destacaba
la presencia de una divinidad principal llamada Viracocha.
Así, los indígenas de la región tenían el recuerdo
de un gran diluvio que se llevó por delante la población humana de ese tiempo.
Sin embargo, de las aguas surgió Viracocha, que
repobló la Tierra con una nueva humanidad y se estableció en la ciudad de
Tiahuanaco.
Además, existe una vieja leyenda de los citados Urus
en la que se afirma que, cuando el lago era bastante más grande que en la
actualidad, existía una escalera o plataforma que conducía directamente a los grandes
templos de la ciudad.
Los Urus no saben quiénes erigieron las estructuras
y estatuas de la Tiahuanaco, pero sin duda no fueron los incas, cosa que los
cronistas españoles (Cieza de León,
Garcilaso de la Vega) ya pudieron confirmar en el siglo XVI cuando
preguntaron a los nativos por el origen de tan excelsas construcciones.
Y eso no es todo: los Urus también aseguran que
bajo el lago yacen las ruinas de una antiquísima ciudad de oro.
A partir de este punto vemos una clara
interrelación entre el lago y la ciudad megalítica en tiempos remotos, lo que
dio forma a la Cultura Tiahuanacota.
Pero, el asunto se complica cuando en vez de
referirnos al entorno del lago, nos fijamos en el interior del propio lago.
Así, hace no demasiado tiempo tuve conocimiento de
que existían indicios de estructuras en sus zonas superficiales, e incluso en
las zonas más profundas.
Ello podría sugerir que en una época aún anterior a
lo que actualmente vemos en Tiahuanaco y Puma Punku pudo existir otra población
que quedó sepultada bajo las aguas del lago, quizá por efecto del gran
cataclismo de finales de la última Edad de Hielo.
Tras un somero estudio de esta cuestión, fui a
parar a un artículo muy interesante y muy completo del Investigador
Independiente Dave Truman, que en su día publicó en Internet [2] con el título The sunken cities of Titicaca: just gilded fables or the relics of an
ancient history that is being suppressed?, así pues, toda la exposición –excepto algunos datos o ampliaciones por mi
parte– que sigue a continuación se debe al trabajo de recopilación de
Truman, que lleva años investigando la civilización ignota de los Andes.
Para los interesados en profundizar en este tema,
les invito a que visiten su sitio web (www.lostscienceoftheandes.com),
donde podrán encontrar mucha y variada información del ámbito de la arqueología
sudamericana desde una óptica alternativa.
Templo del Sol en la
isla del Sol (lago Titicaca)
Truman pone contexto al tema aludiendo a las
fuentes hispánicas, y cita que el propio Garcilaso había visto las ruinas de un
templo solar en la isla del Sol, todavía con restos de oro y plata, y que podía
rivalizar con el famoso gran templo de Coricancha, en Cuzco (Perú).
Asimismo, los nativos hablaron a Pedro Cieza de
León acerca de un líder local llamado Zapana, que había regido las ciudades que
luego quedaron sepultadas en las profundidades del lago.
Esta historia de algún modo fue corroborada en los
años 50 cuando un pescador Uru reconoció a la Exploradora francesa Simone
Waisbard que durante una época de fuerte sequía habían quedado al descubierto
sobre la superficie las ruinas de una ciudad sumergida que había pertenecido a
un tal “Gran Zapana”.
Si hacemos ahora un repaso de las investigaciones
modernas, Truman nos revela que los primeros estudios metódicos in situ del
lago corrieron a cargo del norteamericano E.G. Squire, que en 1877 identificó
restos artificiales (sobre todo un gran
muro o rompeolas) en las aguas poco profundas del lago, junto a la
península Sillustani.
En su opinión, dichos restos quedaron sumergidos a
causa de un terremoto.
Ya en el siglo XX, en los años 30, un oficial de la
armada peruana llamado Antonio Rodríguez Ravitch exploró algunas partes del
lago e informó de la presencia de ruinas megalíticas cerca de la isla de
Kispinike.
Años más tarde, su compatriota el doctor Waldemar
Espinoza Soriano alegó haber visto bajo las aguas unos templos realizados con
grandes monolitos y los atribuyó a una civilización pre-incaica.
Con todo, la exploración integral de las aguas del
lago no cobró fuerza hasta los años 50, con la aparición del buceador
estadounidense William Mardoff, cuando ya habían empezado a correr historias
sobre posibles tesoros sumergidos. Mardoff no halló ningún tesoro (se hablaba en particular de una gran cadena
de oro con forma de serpiente), pero sí unos fragmentos de cerámica y –según explicó él mismo en una cena en su
honor– las ruinas de una ciudad sumergida, a una profundidad de unos 30
metros.
Posteriormente, otra expedición subacuática
identificó otros restos de estructuras en el lago menor, cerca de la isla de
Simillaque.
Bloques megalíticos de Sacsayhuaman
Con estos precedentes, en las siguientes décadas se
intensificaron las exploraciones.
El Buceador argentino Ramón Avellaneda organizó una
expedición en 1966, con el fin de seguir los pasos de Mardoff, pero no hallaron
nada ahí donde Mardoff decía haber visto las ruinas.
Tras recabar información de los nativos, el equipo
de Avellaneda buceó en el otro extremo del lago y a tan sólo 8 metros de
profundidad hallaron grandes bloques monolíticos, algunos encajados o interconectados
a la manera de un puzle.
Esto, según nos recuerda Dave Truman, es
precisamente el estilo “poligonal”
pre-incaico que podemos observar en Sacsayhuaman y en algunos puntos de Cuzco,
y que los Gamarra [3] habían bautizado como estilo Uran Pacha.
Pero, además, Avellanada hizo otros interesantes
descubrimientos, como una calzada pavimentada que seguía la línea de la costa y
un complejo de estructuras con nada menos que unos 30 muros que discurrían en
paralelo, separados por unos 5 metros y de una altura aproximada a la de un ser
humano.
Eso sí, sobre su posible función o utilidad, sólo
se podía especular.
Lo que resulta sorprendente, a juicio de Truman, es
que toda esa información no fue utilizada ni referida por otros investigadores
y no están disponibles ni las fotografías ni las filmaciones que se hicieron
bajo las aguas.
Acto seguido, a finales de los 60, entró en escena
el famoso Buceador y Oceanógrafo francés Jacques-Yves Cousteau, que montó una
ambiciosa expedición con muchos medios técnicos y un equipo de 17 personas, con
la participación de un arqueólogo subacuático profesional.
Su intención era la de realizar una exhaustiva
investigación multidisciplinar, que incluía explorar y documentar las partes
más profundas del lago[ 4].
En la práctica, este equipo topó con muchas
dificultades, pues los medios de exploración oceánica (con 2 mini-submarinos) no funcionaron bien en el lago, aparte de
otros obstáculos que ya habían encontrado los investigadores precedentes: gran
cantidad de algas y de totoras y también mucho lodo, con una baja visibilidad a
mayores profundidades.
Bloques trabajados hallados por el equipo de
Cousteau
Ahora bien, no todo fue frustración, pues el
arqueólogo Frédéric Dumas halló diversos bloques de piedra en las aguas
superficiales, destacando un bloque de andesita decorado con la figura de una
serpiente, muy similar a una típica cobra asiática.
Este hallazgo resultaba extraordinario, pues no hay
prueba de la presencia de esta especie de serpiente en el continente americano.
Aparte, las exploraciones en el lago menor
confirmaron la existencia de estructuras con bloques encajados “al estilo SACSAYHUAMAN”.
A este respecto, Truman nos indica que –según unos recientes estudios
paleoclimáticos– este lago, Huiñamarca, pudo estar prácticamente seco en el
periodo Dryas reciente, y de hecho todavía resulta muy “superficial” en comparación con el lago mayor.
De ahí se podría especular con que estas
estructuras fueron erigidas entre el 10500 a.c. y el 8000 a. C., en un tiempo
en que no había agua en este lago menor [5].
Ya en la última parte del siglo XX prosiguieron los
estudios con la intervención del escritor y cineasta boliviano Hugo Buero Rojo,
que en 1979 llevó a cabo una exploración del lago, que se plasmó en 1981 en una
película titulada El Lago Sagrado.
Buero tropezó con similares dificultades a las
padecidas por Jacques Cousteau, pero pudo documentar en el lago mayor algunas
vías pavimentadas y grandes muros ciclópeos que serían restos de templos ya
destruidos y de un conjunto de estructuras.
Y una vez más, a pesar del interés de estos
hallazgos, el trabajo de Buero cayó en el olvido y sus materiales no están
disponibles al público –al menos en
Internet– para su revisión y análisis.
Vale la pena destacar este fragmento de un artículo
periodístico sobre el contenido de esta película:
“Se hallaron
monumentales bloques de piedra que parecen ser muros de Templos Semidestruidos,
caminos enlosados que se pierden en unas cavernas profundas, caminos que se
internan en las profundidades del lago.”
Finalmente, a inicios de este siglo, una
organización cultural italiana llamada Akakor Geographical Exploring se
propuso explorar metódicamente el lago y aportar certezas desde el punto de
vista arqueológico.
Así, esta entidad emprendió una expedición
científica denominada Atahualpa 2000, que buceó en las aguas próximas a la isla
del Sol, hallando a unos 50 metros de profundidad restos de terrazas de
cultivo, un muro de contención, una calzada de 700 metros de largo y restos de
un posible centro ceremonial.
Los arqueólogos al cargo de los estudios
reconocieron la importancia del descubrimiento, al que dataron sobre el 2000
a.c. (como máxima antigüedad) y
propusieron nuevas exploraciones a mayor profundidad.
No obstante, cabe destacar que el experto en
arqueología andina y gestor de la zona arqueológica de Tiahuanaco, el boliviano
Carlos Ponce Sanguinés, rechazó por completo la artificialidad de estos
hallazgos y apeló a una simple confusión.
Más adelante, se implementaron unas nuevas
exploraciones en el lago, la Titicaca 2002 y la Akakor 2004.
La primera de ellas encontró varios bloques
trabajados enlazados entre sí, pero descartó sin demasiados argumentos la
existencia de ciudades sumergidas.
La expedición Akakor 2004 contó con el apoyo
oficial de la armada boliviana y las autoridades culturales de ese país, con
cierto despliegue de medios, incluyendo pequeños robots subacuáticos.
Así, se pudieron documentar diversos restos a una
profundidad de 80 metros, e incluso se pudo fotografiar un gran objeto de oro
(¿una estatua o ídolo?) que –inexplicablemente– no fue rescatado por
la expedición, alegando que el objeto en cuestión parecía demasiado pesado.
Y, por si esto no fuera poco, en una entrevista
concedida a un programa informativo italiano, los buceadores del equipo
italo-brasileño reconocieron haber grabado un muro caído revestido en oro (y se emitió alguna imagen de tal hallazgo en
el programa) y situaron algunos de los hallazgos en un horizonte de más de
5.000 años de antigüedad.
Sin embargo, casi nada de esto se hizo público en
las noticias de Bolivia, donde pareció existir cierta incomodidad o discordancia
ante los hallazgos.
De hecho, en una nota de prensa aparecieron datos
contradictorios acerca de la cronología y el significado de los
descubrimientos.
Por un lado, el arqueólogo boliviano Eduardo Parejo
–portavoz del Ministerio de Cultura de su
país en este asunto– afirmaba que los restos eran relativamente recientes y
que la estatua dorada pudo haber estado alojada en el templo de la isla del
Sol, omitiendo cualquier mención al muro recubierto de oro.
Por otro lado, se hacía referencia a varias
conclusiones del equipo Akakor 2004, según las cuales había claras pruebas de
la existencia de una civilización antiquísima (de entre 5.000 y 10.000 años de antigüedad) a una profundidad de
unos 100 metros.
Además, se sugería que el lago había sufrido
fuertes cambios debidos a factores naturales, sobre todo terremotos e
inundaciones, que habrían afectado al nivel y extensión de las aguas.
Fragmento de la Fuente Magna con texto cuneiforme
Dave Truman acaba su documento poniendo el énfasis
en esta incomodidad científica e incluso en la negación de la evidencia en
algunos casos.
En este sentido, señala que algunas significativas
piezas recuperadas por las modernas expediciones al Titicaca y expuestas en el
pequeño museo de la isla del Sol –abierto
en 2010 al público– ya no estaban allí en 2016, como pudo comprobar
personalmente.
Y para remarcar el ambiente de conspiración o
encubrimiento, Truman menciona los resultados de una reciente expedición
belga-boliviana (2013), la cual –aparte
de rescatar de las aguas unos 2.000 pequeños objetos– habría encontrado
supuestamente unos relieves en piedra que mostrarían unas figuras humanas muy
similares a los semidioses sumerios Anunnaki.
Pues bien, pese a que esta información llegó a
Internet, actualmente todos los enlaces relacionados con este hallazgo concreto
se han desvanecido, según Truman.
En fin, no sería la primera vez que los sumerios
aparecen en escena en Sudamérica, si recordamos el turbio asunto de la Fuente
Magna, un objeto que tiene la consideración de oopart [6].
Hasta aquí el relato de Truman, que nos muestra un
panorama bastante claro en cuanto al historial de las exploraciones
subacuáticas del lago.
No se puede negar que a lo largo de las décadas se
han ido encontrando restos artificiales o ruinas en varios lugares del lago y a
diversas profundidades, desde prácticamente la superficie hasta los 100 metros
por lo menos.
Tampoco parecería razonable argumentar que todos
esos bloques “fueron arrojados al lago”.
Pese a ello, sigue sin organizarse una
investigación exhaustiva, continuada y sistemática a cargo del estamento
científico y sólo se van realizando intervenciones puntuales y no concluyentes,
e incluso controvertidas, como hemos visto.
Es obvio que la tarea es grande, compleja y
costosa, pero con voluntad y recursos se podría avanzar mucho, aunque a lo
mejor tampoco hay demasiado interés por la labor.
Por de pronto, sabemos que en la superficie también
queda mucho trabajo por hacer.
Así, aunque el conjunto de Tiahuanaco y Puma Punku
es imponente, en realidad la parte excavada o restaurada sólo representa un 5%
de todo el yacimiento.
Y si ya en tierra las cosas están como están, todo
indica que bajo las aguas no se van a realizar mayores esfuerzos.
Al lector todo esto no le vendrá de sorpresa pues
hace poco ya expuse el famoso caso de Yonaguni, que presenta también varios
frentes abiertos.
Al parecer, el tema de las ciudades sumergidas, ya
sea bajo los mares o en este caso bajo un lago, es un asunto poco agradecido y
que la arqueología académica prefiere negar, esquivar o minimizar en lo
posible. Una vez más, aquí está el fantasma agitado por autores como Graham
Hancock, que defienden que las estructuras de piedra sospechosas son en
realidad los restos de las ciudades costeras de una civilización ignota que
quedaron sepultadas con la crecida de las aguas y otros desastres naturales,
como consecuencia del cataclismo global de hace 12.000 años.
No voy a extenderme al respecto, pero recuerdo que
los indicios de estas supuestas ruinas submarinas los podemos hallar en lugares
tan diversos el Caribe, Malta, la India, Taiwán, Japón…
Muro del Kalasasaya (Tiahuanaco)
Si nos fijamos en Tiahuanaco, la situación es aún
más confusa y desconcertante, pues si la datación Arqueoastronómica de
Posnansky fuese correcta, los restos bajo el lago deberían ser lógicamente más
antiguos todavía.
Así pues, ¿pudo ser Tiahaunaco una continuación de
las ciudades que habían quedado bajo las aguas?, ¿daría esto una explicación al
mito de Viracocha y su “recreación” de una nueva civilización? No deberíamos
descartar esa hipótesis.
Además, dado que se ha podido identificar el estilo
de construcción Uran Pacha (“poligonal”)
bajo las aguas, esto dataría indirectamente el resto de estructuras similares
de tipo megalítico que podemos observar en superficie en otros puntos de
Sudamérica (e incluso del planeta).
Es cierto que no podríamos quizá asignar un
horizonte cronológico ajustado, pero desde luego quedaría muy lejos de la
civilización inca, a la que erróneamente se han asignado muchos de estos
monumentos.
El problema de fondo en todo este asunto no es
nuevo.
Desde la ortodoxia se defiende una cronología
bastante rígida para el poblamiento de América y para el proceso de
civilización, en los dos subcontinentes americanos.
Todo ello se ha basado en dogmas, tipologías y
sobre todo dataciones de Carbono-14, cuya fiabilidad está más que bajo sospecha
por diversos motivos de tipo técnico y metodológico, e incluso por las propias
tergiversaciones conscientes o inconscientes de los investigadores.
Frente a esto, la geología –más otras formas de datación– apunta a otros horizontes, y como mínimo
pone en duda los axiomas hasta ahora intocables.
Dejamos aparte los casos esporádicos en que han
aparecido dataciones extremadamente antiguas, que he comentado ampliamente en
este blog, y que han sido ignoradas o negadas por el mundo académico.
En este contexto, el caso del lago Titicaca es otra
molesta piedra en el zapato que resulta ya difícil de negar.
En el mejor de los casos, aun sin irnos a una
distante época antediluviana, los restos subacuáticos ya serían prueba de una
civilización extremadamente antigua que obligaría a revisar toda la cronología
de la arqueología americana, y ello no parece que sea un plato del gusto del
estamento académico, como tampoco lo es admitir –aunque sea parcialmente– el papel del catastrofismo a gran escala
en la historia de la Humanidad. Precisamente, es oportuno destacar que, según
Posnansky, Tiahuanaco sufrió un gran desastre natural hacia el 11º milenio a.c.
Así, la excavación mostró restos diversos
entremezclados caóticamente a causa de la crecida súbita y desmesurada de las
aguas del Titicaca, supuestamente provocada por movimientos sísmicos, que
cubrió la ciudad y arrasó con todo [7].
Desde esta perspectiva, es posible que las ruinas
identificadas bajo el lago sean el testimonio de un proceso similar ocurrido mucho
tiempo antes.
Para resumir y concluir, tenemos una serie de
hechos que, si bien necesitan ser consolidados con nuevas investigaciones, nos ofrecen
un panorama inequívoco.
Por un lado, los estudios geológicos y
paleoclimáticos confirman los avances y retrocesos de las aguas del lago, que
pudieron ocurrir de forma gradual pero también de forma brusca en tiempos muy
remotos.
Por otro lado, resulta evidente que se han
identificado estructuras artificiales, aparte de gran cantidad de objetos, a
diversas profundidades del lago.
Por lo tanto, ya podemos decir el lago sagrado de
los URUS encierra algo más que leyendas y mitologías.
Existen restos sumergidos que con toda probabilidad
son más antiguos que la ciudad de Tiahuanaco y que merecen una investigación rigurosa,
completa y sin prejuicios, y que sobre todo encare el tema cronológico con una
total objetividad y precisión.
Llegados a este punto, se podría empezar a
recuperar la herética hipótesis de que existió en América una civilización
arcaica muy avanzada en diversos aspectos y que fue víctima de un cataclismo –o una serie de ellos– hasta perderse en
el olvido y el mito.
Más adelante, el legado de dicha civilización pudo
reconstituirse, dando así forma a las varias civilizaciones precolombinas
conocidas, muchos siglos o milenios después.
Así pues, la comparación o contraste de los restos
bajo las aguas del Titicaca con el conjunto de Tiahuanaco y otros yacimientos
en superficie debería ofrecer pistas significativas para comprender el origen
de la civilización en el continente americano.
La verdad está ahí abajo, a unos cuantos metros de
profundidad.
[1] Incluso hoy en día se puede encontrar en el
lago cierta cantidad de fauna típicamente oceánica. Además, el agua todavía en
la actualidad es ligeramente salina pese a haber trascurrido tantos millones de
años.
[2] Fuente: https://grahamhancock.com/trumand2/
[3] Se trata de Alfredo y Jesús Gamarra, padre e
hijo, investigadores peruanos que estudiaron especialmente los estilos
arquitectónicos del Perú prehispánico.
[4] El documental realizado por Cousteau puede
verse en youtube:
https://www.youtube.com/watch?v=o3Cw9mGsea0
[5] Esta propuesta se basa en los estudios del
ambientalista boliviano Conde Villareal, que afirma que Huiñamarca estaba del
todo seco aproximadamente entre las fechas citadas, que coinciden más o menos
con el Dryas reciente.
[6] Se trata de un bol de piedra hallado en 1960
por un indígena en las cercanías del Titicaca y que, aparte de ciertos motivos
decorativos, presenta un texto escrito en caracteres cuneiformes arcaicos
(proto-sumerio), y que pudo ser traducido como una fórmula ritual o religiosa.
El estamento académico lo ignora o lo considera un fraude.
[7] Posnansky justificó esta interpretación en base
a los estratos aluviales que excavó en Tiahuanaco, los cuales presentaban una
mezcla desordenada de huesos humanos, utensilios, cerámicas, conchas, flora y
fauna acuáticas, etc.
También se hallaron cenizas volcánicas, lo que podría
indicar la influencia de erupciones volcánicas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario