EL MIEDO AL
CAMBIO
Tenemos tanto
miedo al cambio, que muchos nos aferramos a mecanismos de defensa como el
autoengaño, la resignación, la arrogancia o la pereza para no cuestionar las
creencias con las que hemos creado nuestra identidad.
Cuenta una historia que el joven
rey de un imperio lejano se cayó un día de su caballo y se rompió las dos
piernas.
A pesar de contar con los mejores
médicos, ninguno consiguió devolverle la movilidad.
No le quedó más remedio que
caminar con muletas.
Debido a su personalidad
orgullosa, mandó publicar un decreto por el cual se obligaba a todos los
habitantes a llevar muletas.
Del día a la noche, todo el mundo
comenzó a arrastrarse –en contra de su
voluntad– con el apoyo de dos palos de madera.
Las pocas personas que se
rebelaron fueron arrestadas y condenadas a muerte.
Desde entonces, las madres fueron
enseñando a sus hijos a caminar con la ayuda de muletas en cuanto comenzaban a
dar sus primeros pasos.
Y dado que el monarca tuvo una
vida muy longeva, muchos habitantes desaparecieron llevándose consigo el
recuerdo de los tiempos en que se andaba sobre las dos piernas.
Años más tarde, cuando el rey
finalmente falleció, los ancianos que todavía seguían vivos intentaron
abandonar sus muletas, pero sus huesos, frágiles y fatigados, se lo impidieron.
Acompañados por sus inseparables
muletas, en ocasiones trataban de contarles a los más jóvenes que años atrás la
gente solía caminar sin la necesidad de utilizar ningún soporte de madera. Sin
embargo, los chicos solían reírse de ellos.
Movido por su curiosidad, en una
ocasión un joven intentó caminar por su propio pie, tal y como los ancianos le
habían contado.
Al caerse al suelo
constantemente, pronto se convirtió en el hazmerreír de todo el reino.
Sin embargo, poco a poco fue
fortaleciendo sus entumecidas piernas, ganando agilidad y solidez, lo que le
permitió dar varios pasos seguidos.
Curiosamente, su conducta empezó
a desagradar al resto de habitantes.
Al verlo pasear por la plaza, la
gente dejó de dirigirle la palabra.
Y el día que el joven –ya recuperado– comenzó a correr y a
saltar, ya nadie lo dudó; todos creyeron que se había desquiciado por completo…
En aquel reino, donde todo el
mundo sigue llevando una vida limitada caminando con la ayuda de muletas, al
joven se le recuerda como “el loco que
caminaba sobre sus dos piernas”.
LA INFLUENCIA DE LA SOCIEDAD
“Sé
Obediente. Estudia. Trabaja. Cásate. Ten hijos. Hipotécate. Mira la Tele. Pide Préstamos.
Compra Muchas Cosas. Y sobre todo, No Cuestiones Jamás, lo que te han dicho que
tienes que hacer” (George Carlin)
No hay nadie a quien culpar.
Pero lo cierto es que desde el
día en que nacemos se nos adoctrina para que nos convirtamos en empleados
sumisos y consumidores voraces, perpetuando el funcionamiento insostenible del
sistema.
Así es como, al entrar en la edad
adulta, seguimos la ancha avenida por la que transita la mayoría, olvidándonos
por completo de seguirnos a nosotros mismos, a nuestra voz interior.
Por el camino nos desconectamos
de nuestra verdadera esencia –de nuestros
valores y principios más profundos–, construyendo una personalidad adaptada
a lo que nuestro entorno más cercano espera de nosotros.
Si bien la sociedad y la
tradición ejercen una poderosa influencia sobre cada uno de nosotros, en última
instancia somos libres para tomar decisiones con las que construir nuestro
propio sendero en la vida.
Es una simple cuestión de asumir
nuestra parte de responsabilidad.
Sin embargo, tomar las riendas de
nuestra existencia nos confronta con nuestro miedo a la libertad.
De ahí que sí parece que nada se
transforma es porque –en primer lugar–
la mayoría de nosotros nos resistimos a cambiar.
Prueba de ello es que tendemos a
ridiculizar e incluso oponernos fieramente a procesos y herramientas –como el autoconocimiento y el desarrollo
personal– orientados a cambiar nuestra mentalidad.
Más que nada porque dicha actitud
implicaría dar el primer paso hacia una dirección aterradora: cuestionarnos a
nosotros mismos.
Es decir, al sistema de creencias con el que hemos creado nuestro falso concepto de identidad.
LOS 7 ENEMIGOS DEL CAMBIO
“Formamos
parte de una sociedad tan enferma que a los que quieren sanar se les llama raros y a los que están sanos se
les tacha de locos” (Jiddu Krishnamurti)
Al obedecer las directrices determinadas por la mayoría, hacemos todo lo
posible para no salirnos del camino trillado, rechazando sistemáticamente ideas
nuevas, diferentes y desconocidas.
No nos gusta cambiar porque a
menudo lo hemos hecho cuando no nos ha quedado más remedio.
Por eso lo solemos asociar con la
frustración y la vergüenza que conlleva sentir que nos hemos equivocado.
O peor aún: que hemos fracasado.
De ahí las tan pronunciadas
sentencias: “¡YO SOY ASÍ Y NO PIENSO CAMBIAR!” “¡LOS QUE TIENEN QUE CAMBIAR SON
LOS DEMÁS!”
Tanto es así, que existen 7
mecanismos de defensa cuya función es la de garantizar la parálisis psicológica
de la sociedad.
En esencia, representan las
principales motivaciones subyacentes de todas aquellas excusas que nos contamos
a nosotros mismos para no cambiar.
Estos Mecanismos Psíquicos nos
llevan a tomar decisiones y a adoptar actitudes y comportamientos que van en
contra de nuestro bienestar.
O más concretamente, en contra de
la posibilidad real de promover un cambio constructivo en nuestra manera de
ver, entender y disfrutar de la vida.
El PRIMER MECANISMO DE DEFENSA es
EL MIEDO.
Sin duda alguna, el más utilizado
por el statu quo como elemento de control social.
Cuanto más temor e inseguridad
experimentamos los individuos, más deseamos que nos protejan el estado y las
instituciones que lo sustentan.
Basta con bombardear a la población con noticias y mensajes
con una profunda carga negativa y pesimista.
Sobre todo porque está demostrado
que estos se instalan en algún oscuro rincón de nuestro inconsciente,
alimentando así a nuestro instinto de supervivencia.
Además, cuando vivimos con miedo
nos sentimos mucho más vulnerables y amenazados.
Y al buscar todo tipo de
seguridades y certezas, cerramos las puertas de nuestra mente y nuestro corazón
a lo nuevo y lo desconocido.
AUTOENGAÑO Y NARCOTIZACIÓN
“Nadie
es más esclavo que quien falsamente cree ser libre” (Johann W. Goethe)
Dado que el cambio es el mayor
enemigo del miedo, enseguida aparece en escena el autoengaño.
Es decir, mentirnos a nosotros
mismos –por supuesto sin que nos demos
cuenta– para no tener que enfrentarnos a los temores e inseguridades
inherentes a cualquier proceso de transformación.
Para lograrlo, basta con mirar
constantemente hacia otro lado, tratando de no pensar ni hablar sobre aquellos
temas y asuntos que puedan incomodarnos.
Por esta razón, el autoengaño
suele dar lugar a la narcotización.
Y aquí todo depende de los
gustos, preferencias y adicciones de cada uno.
Lo cierto es que la Sociedad
Contemporánea promueve infinitas formas de entretenimiento, que nos permiten
evadirnos de nuestros pensamientos, emociones y estados de ánimo las 24 horas
del día.
Así es como intentamos sepultar
nuestra latente crisis existencial.
Dado que en general huimos
permanentemente de nosotros mismos, lo más común es encontrarnos con personas
que –al igual que nosotros– no van
hacia ninguna parte.
Con el tiempo, esta falta de
propósito y de sentido suele generar la aparición de la resignación.
Cansados Físicamente y Agotados
Mentalmente, decidimos conformarnos, sentenciando en nuestro fuero interno que “LA
VIDA QUE LLEVAMOS ES LA ÚNICA POSIBLE”.
Es entonces cuando asumimos
definitivamente el papel de víctimas frente a nuestras circunstancias y, por consiguiente,
frente a la vida.
Esta es la razón por la que
solemos culpar a los demás y a nuestras circunstancias por todo aquello que no
nos gusta acerca de nosotros y de nuestra vida.
ARROGANCIA Y CINISMO
“Ninguna
persona cambia hasta que su situación deviene insoportable” (José Antonio Marina)
Puesto que el victimismo se sostiene
sobre un sistema de creencias erróneo y limitante, en caso de sentirnos
cuestionados solemos defendernos impulsivamente por medio de la arrogancia,
muchas veces disfrazada de escepticismo.
Esta es la razón por la que
solemos ponernos a la defensiva frente a aquellas personas que piensan de forma
diferente a nosotros, insinuándonos que el cambio todavía es posible.
Al mostrarnos soberbios e incluso
prepotentes, lo que intentamos es preservar nuestra identidad rígida y
estática, de manera que no nos veamos obligados a cambiar.
En el caso de que sigamos
posponiendo lo inevitable, la arrogancia suele mutar hasta convertirse en
cinismo.
Sobre todo tal y como se entiende
hoy en día.
Es decir, como la máscara con la
que ocultamos nuestras frustraciones y desilusiones, y bajo la que nos
protegemos de la insatisfacción que nos causa llevar una vida de segunda mano,
completamente prefabricada.
Tal es la falsedad de los
cínicos, que suelen afirmar que “no creen
en nada”, poniendo de manifiesto que en realidad no creen en sí mismos.
Por último, existe un SÉPTIMO MECANISMO
DE DEFENSA: LA PEREZA.
Y aquí no nos referimos a la
definición actual, sino al significado original que nos revela su raíz
etimológica.
Así, la palabra “PEREZA” procede del Griego ACEDIA, que
quiere decir “tristeza de ánimo de quién
no hace con su vida aquello, que intuye o sabe que podría realizar”.
No importa la edad que tengamos.
Ni lo desoladoras o adversas que
sean nuestras circunstancias actuales.
Estamos a un solo pensamiento de
dar el primer paso. Nadie dijo que fuera un proceso fácil.
Pero para empezar a vivir nuestra
propia vida –y no la de otros– el
cambio es sin duda nuestro mejor aliado.
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